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    Ella miraba un paisaje anodino por la ventanilla y el conducía; si no fuese por la música, sus pensamientos se oirían por sobre el ruido del motor.
    Ese fin de semana en la montaña había fracasado otro intento de reconducir su vida en común; los lazos que los unían sucumbían ante el hastío y los reproches compartidos.
    Uno de los dos diría, antes de llegar a casa, que debían separarse; el otro asentiría aliviado por no tener que proponerlo.
    Uno de los dos recordaría, antes de ese punto y aparte, que treinta años atrás, en otra carretera y en un trayecto similar, pararon el coche en un desvío lateral y se persiguieron por un campo de trigo maduro. Impacientes por llegar a una cama, locos de deseo, hicieron el amor como desesperados sobre un improvisado colchón de espigas doradas.

R.L. Abril/2009

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