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El hombre que lee alza los ojos,
observa a la joven pareja;
sus pasos leves, despreocupados,
parecen no tocar la arena.
Acaso los crea Adán y Eva,
en un paraíso de espuma y agua;
y piense en manzanas
sobre la sal de una piel mojada.
Ahora ella escapa, él la alcanza y se besan,
son actores de un antiguo ritual,
una ancestral lid que reinventan,
juego sensual de cazador y presa.

Sobre el gris de anodina tarde
planean sus risas de colores.
Las lleva el viento hasta el hombre,
que reconocerá en sus sones,
los ecos de un pasado
hasta ahora mudo en los rincones.
Y así, sin querer, volverá a la playa,
de un tiempo atrás, cuando él fue otro…,
en un país con nombre de ella,
entre el mar y el cielo de sus ojos.
No recuerda ahora, memoria torpe,
cuando murió el tiempo de esplendor;
en qué punto del trayecto, agotados,
se extraviaron los dos.
Sí sabe que es la oculta piedra,
quien filosa, abre herida,
donde arraiga la hiedra
cruel, invasora, de la vida.
Que todo vuelve basto,
fría la lluvia, hostil la ola…,
el camino a dos tan largo,
como la ausencia de uno, corta.

Más, ya nada importa, todo está muerto;
mejor mentir, pedirle a la lectura,
alguna historia que oculte el recuerdo,
como a los caminantes la bruma.
Cae el sol al infinito, es su trabajo repetir el ciclo;
se vuelve el aire más frío
cuando dejan la escena hombre, libro,
y el color de un paisaje vacío.

R.L.  Abril / 2009

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