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Jorge movía rápidamente los controles del mando, que conectado a su ordenador guiaba a su personaje por los escenarios del entretenido juego; llevaba nueve horas sin parar; cuando tenía que comer o ir al baño, aprovechaba los tiempos perdidos para recargar su arsenal.
Sus padres se habían tomado unas vacaciones dejándolo solo durante dos semanas, creyendo que estudiaría para los exámenes finales que estaban a la vuelta de la esquina.
Ignoraban que las notas que le permitirían aprobar el año, ya estaban en las instrucciones del virus que él y un compañero, habían introducido en el sistema informático de la facultad.
Ahora jugaba con un ordenador conectado a otro más potente, que registraba los patrones del juego y las respuestas. Sobre la base de éstas, un programa de su autoría resolvía los lances con velocidad y eficacia, superior a la que podría alcanzar cualquier participante. En la mayoría de los casos, conseguía introducir un virus en el ordenador del contrincante para rebajarle la efectividad, de manera que no pudiesen ganarle.
Se competía por dinero y Jorge estaba ganando mucho: sus cuentas de PayCash, un banco de Internet, crecían
céntimo a céntimo; al llegar a cifras importantes, su valor sería transferido a una opaca cuenta bancaria en Andorra.
Concretamente, en una semana llevaba ganado más que su padre en meses de trabajo como gerente de una agencia bancaria. Precavido, cambiaba su identidad varias veces, cediendo alguna suma al final de la partida, como lo haría un jugador agotado. En general, cuando perdía era contra sí mismo, ya que adoptaba falsas identidades, jugando desde obedientes "ordenadores zombis" de incautos internautas, que abrían su correo, entraban en las redes sociales o descargaban películas, sin saber que Jorge los había invadido hacía ya tiempo.
Para cada nueva identidad, abría una cuenta en PayCash usando números de cuenta obtenidos del banco de su padre, donde conseguía acceder furtivamente.
Nadie se enteraría nunca ni se tocarían los saldos de los clientes; solo necesitaba datos reales para abrir cuentas en PayCash, que se cerrarían después de transferir las ganancias del juego sin dejar rastros.
- ¡Qué lleno de tontos está el mundo!- pensó, al comprobar que sus ganancias crecían como la hierba tras la lluvia.
Jorge era un "hacker", un experto en informática invasiva gracias a Boris, estudiante ruso del programa de intercambio que estudió un año en su facultad y había retornado a su país hacía varios meses. Durante su estancia en el país, vivió en su casa; desde el primer momento hubo entre los dos una química espontánea, dos genios egocéntricos que se reconocieron de inmediato.
Una de sus primeras travesuras a dúo fue conseguir pizzas gratis por Internet, trucando el sistema de acumulación de compras. La fidelidad de los clientes era estimulada con vales premio; un porcentaje de ellos se adjudicaba fraudulentamente a crédito de los dos pícaros estudiantes.
Solo sentía un poco de culpa por haberse apropiado de los programas de Boris sin su autorización para confeccionar los suyos propios; simplemente, los había cogido aprovechándose de su confianza.
- ¡Qué inteligentes estos rusos…, pero tan ingenuos! – como se notaba que habían llegado al capitalismo hacía menos de veinte años.
Ya debía dejar de jugar, tocaba transferir las ganancias desde las PayCash de sus jugadores ficticios, hacia la cuenta del banco de Andorra, de donde las retiraría en metálico ese mismo fin de semana.
- ¡La vida puede ser maravillosa!- se dijo, usando la frase de un popular comentarista de fútbol.
Ordenar las transferencias una a una podía significar horas digitando códigos, contraseñas, números de cuenta, etc. Gracias a los programas de Boris podía procesar todo desde una base de datos.
En el monitor se sucedían los pantallazos con datos de cada transacción: "Nº de cuenta:", "Entrar", "Código personal:", "Entrar", "Cuenta destino:", "Entrar", etc.; imposible seguirlas con la vista.
Debía esperar que el proceso terminase y estaba hambriento. Aunque se sentía casi rico, haría lo mismo que cuando era un estudiante de bolsillo pobre: buscar en Internet la pizzería online, su sufrida primera víctima, donde siempre habría un saldo de vales premio.
La ocasión merecía algo especial, simbólico: la pizza "Boris" con cebolla y pimientos morrones, que por tramposos méritos había ganado un lugar en la carta oficial.
Agregó unos extras: aros de cebolla, latas de refresco y postres. Al llegar a "Elija forma de pago:", pulsó la opción de pagar con vales premio: "tic, tic, click, click y Gracias por su compra".
- Gracias a ustedes por darme de comer gratis- con sorna pensó que podría montar una ONG para alimentar fraudulentamente con pizzas, hamburguesas y patatas fritas al tercer mundo. Algo así como un Robin Hood de la "comida basura".
Las transferencias hacia Andorra demoraban una eternidad; imposible ver el detalle de los números a la velocidad que aparecían en pantalla, pero distinguió…enta y tantos mil dólares…, y subiendo. Un cosquilleo le subió por la médula, un tsunami de adrenalina recorrió su cuerpo y lo elevó al "Olimpo.com".
- ¡Viva Internet! , ¡Viva el comunismo!, ¡Vivan los genios como Boris y Jorge!- gritó, saltando por la habitación.
Cuando terminó el proceso de transferencia, temblando de emoción, abrió la cuenta del banco de Andorra para comprobar sus ganancias; observó que el saldo ascendía a… -¡Diez dólares!- lo mismo que tenía desde hacía un mes.
Incrédulo salió de la sesión y volvió a entrar, comprobando que efectivamente estaba contemplando su cuenta… diez dólares.
- ¿Qué está pasando…?- comenzó a marearse…- ¿Adónde ha ido el dinero?
Abrió las cuentas de PayCash: al final de los pequeños pero muy numerosos ingresos obtenidos en el juego, siempre había otro mayor, miles de dólares de origen desconocido.
Consultó los detalles: los pagos misteriosos provenían de cuentas de un número de banco que le era familiar… ¡El banco donde trabajaba su padre…, precisamente desde su misma agencia!
Como remate, los abultados saldos finales no se habían transferido a su cuenta en Andorra, sino a otras cuentas desconocidas.
El terror lo invadió al comprender que todo ese dinero había terminado en algún paraíso fiscal inalcanzable; tan remoto como la helada Siberia, donde purgó su culpa Raskolnikov, el asesino de "Crimen y castigo" de Fëdor Dostoievsky. Esta freudiana asociación de ideas no era casual, el pánico que crecía en Jorge le impidió disfrutar de tal sutileza.
No era necesario examinar nuevamente todas las cuentas para concluir que lo habían usado para un desfalco monumental contra el banco de su padre.
Se sentó a repasar mentalmente las posibilidades que tenía de revertir el proceso antes de que saltaran las alarmas; en el frenesí perdió la noción del tiempo.
Cuando lo sobresaltó el timbre de calle, su sonido le pareció irreal, como escuchado dentro de una catedral vacía. Deseó que fuese una redentora llamada desde un mundo paralelo, donde él era un estudiante que preparaba honestamente sus exámenes, contando monedas para poder comprarse una pizza.
Se dirigió hacia la puerta alucinando que podría ser todo una pesadilla y recuperaría el paraíso que sus padres le ofrecieron, el que había despreciado durante ese tiempo incomprensible que le tocó vivir.
- ¿Quién es?
- ¡Para Jorge Morales, una Boris especial!
- Ya voy- balbuceó. El nombre "Boris" le provocó un impulso de vómito apenas contenido. Abrió la puerta y le produjo un absurdo alivio el comprobar que efectivamente se le abriría un mundo nuevo. No le sorprendió que trayendo una pizza con ese nombre, el repartidor coincidiese en su llegada con una docena de agentes de la policía nacional.

FIN
R.L. / Julio 2010

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