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Cuando nos deja alguien como ella, todos pensamos en su obra, nos entra un afán de evocar sus canciones. Algunos queremos ahuyentar una pequeña culpa por haber dejado pasar un tiempo sin recordarla; yo quiero reflexionar sobre su relación con su tiempo y el mío, y qué me aportó en esto tan difícil de comprender la vida.

Con ella supimos que hubo una vez una vaca que un día decidió ir a la escuela, allá en la lejana quebrada de Humahuaca. Para los que no lo saben, es un destino turístico del norte argentino, un valle habitado desde hace diez mil años. Hoy día, los viajeros piden que se les muestre la escuela donde estudió tan famoso personaje, el visitante puede sentarse en el primer banco, y por unos pocos pesos adicionales, los chicos de la escuela juegan a tirarle tiza y a morirse de risa, como en el cuento. Pero solo un poquito, porque ninguno de ellos quiere repetir la historia y convertirse en borrico, mientras que la vaca se convierte en sabia.
Yo aprendí a leer a los cuatro años, me enseñó mi papá con el cuento de Pedro y el Lobo. Pocos años más tarde, mi imaginación viajaba sobre páginas de libro como si fuesen alfombras mágicas. Así llegué a Mompracem, una isla de la Malasia donde Salgari me presentó al pirata Sandokan y a su amigo Yañez, por ahí cerca vivían Rudyard Kipling, Mowgli y Bagueera la pantera.
Otras veces volaba a Inglaterra para vivir aventuras con los Caballeros del Rey Arturo o Robin Hood y sus bandidos, que luchaban contra Tony Blair, Margareth Thatcher y los duques de Windsor.
De los bosques de Sherwood saltaba a los Estados Juntos, a buscar a Colmillo Blanco y Jack London. Desde el Yukon bajaba al Misisipi, al encuentro de Mark Twain, Tom Sawyer y Huckleberry Finn. Cuando este río se une al Amazonas, encontraba a Bomba, el niño de la selva, un Tarzán brasileño que luego sería soldador, sindicalista, y se convertiría en el Lula.
De la confluencia de los dos, nace el Paraná, mi río hermoso y marrón. Por él navegué en la Kon-Tiki, mi balsa, que luego sería de Lito Nebbia, escuchando las historias de Horacio Quiroga, un uruguayo genial, de esos que para suerte nuestra, son ciudadanos del mundo entero.
Viajar por la pampa con una balsa, cansa, ya lo dijo el conquistador Carlos Núñez Cortés, así que la cambié por el caballo Pamperito, y viví aventuras de gaucho junto a Martín Fierro y Don Segundo Sombra.
En aquella época, por suerte, no había tantos canales de televisión ni videoconsolas;  teníamos tiempo para pescar, cazar pajaritos, hacer casas sobre los árboles, buscar dientes de dinosaurios en las barrancas del río, leer, y hasta sobraban unas horas para la escuela y deberes.

Mis lecturas me habían llevado a la convicción de que los que escribían historias y canciones para chicos, suponían que éramos tontos.
Yo aborrecía a Cenicienta, me parecía una trepa que daba el gran braguetazo. Blancanieves, una calienta enanitos; ni se dio cuenta de que la reina de negro era su madre, que intentaba matarla por tercera vez con una manzana envenenada. Típica familia necesitada de terapia, y obsesión de los escritores por demonizar a las manzanas.
Canciones para niños..., ¡qué decir de Mambrú!, lo mandan a la guerra, se muere, lo llevan a enterrar cuatro oficiales y un cura sacristán...y todo entre risas.
Inquietante la farolera; se acostaba con el coronel y todo el regimiento, en una insaciable progresión binaria: de a dos, de a cuatro, de a ocho.... Terminaba arrodillada frente a un ánima bendita, para redimirse pagando algún perverso tributo, probablemente un "divinum militarum felatio".
Resumiendo, para las chicas, las propuestas eran ser cenicienta (las lindas, princesas las feas, a saber...) o faroleras. Para los chicos, el militarismo, ahí ya se podía elegir entre ser víctima o verdugo.
Había chicos que querían ser faroleras, o alguna una chica coronel, pero no te dejaban.
Parece antiguo, pero hay gente que todavía promueve la alternativa Cenicienta;  ejemplo: el predicador budista Richard Gere y sus documentales "Oficial y Caballero" y "Pretty Woman". No habrá leído Tutú Marambá...
El caso es que desarrollé una aversión a las historias infantiles y salí un poco raro. Admiraba al lobo, lloré su muerte ante esos tres cerditos grasientos y asexuados, alimentados a comida basura del MC. Donald's y que al final cantaban:
Coma sano,
pocas calorías,
sopa de lobo,
la dieta del marrano.
Yo soñaba con ser el lobo y comerme a Caperucita, pero en un contexto idílico. Que no suene hoy a abuso de menores, en aquella época no se notaba la diferencia de edad entre nosotros dos, nadie diría que ella tenía doscientos años más..., tendría un cirujano plástico excelente.
Es que no se salva una, el leñador abre al lobo y saca a la abuela y a Caperucita vivas. Uno se preguntaba:¿y el efecto corrosivo de los jugos gástricos sobre la piel?, ¿¿ lobos rumiantes??
El título original del alemán es "Leben und Tod des kleinen Rotkäppchens: eine Tragödie", dicho así parece una dulce historia. ¿Quién era en realidad esa niña?, ¿Prima de Heidi?, ¿Angela Merkel?, en mi fantasía es la madre de Claudia Schiffer.
Este drama, es originario del Tirol; un lugar donde viven unos niños de verdad que cantan hace cuatrocientos años sin envejecer, porque al terminar sus gorjeos vuelven a sus tumbas de hielo.
Así llegué a ser de lo peor, me atraían las reinas oscuras y malvadas y las brujas (las que no tenían verrugas en la nariz y conservaban todas sus piezas dentales). Con esas escobas, volando como Mrs. Robinson sobre un vespino.
Esta atracción por las brujas no es tan rara, algunos la han llevado hasta el final, casándose con una, no es mi caso
Ya de las hadas no me fiaba... Como toda libélula, son la metamorfosis de un gusano. Monjitas aladas, mojigatas pero peligrosas con esas varitas echando chispas, y yo siempre desconfié de gente que pone cara de buena.
A esas alturas, mi futuro yo tomaba la forma de un serial killer
Confuso, habiendo leído ya todos los libros de mi casa, de las bibliotecas de la escuela y del barrio, le pedí una sugerencia literaria a mi maestra, y me mencionó el Tutú Marambá, uno de los primeros libros de María Elena Walsh.
Historias inteligentes para niños, todo un descubrimiento, ojala se hubiese escrito ocho años antes.
Pensaba yo estar de vuelta de tales fantasías, pero llegué a ver al gato bandi, pescando sombre, allí, allí, sentado en su ventani.
La tortuguita ilusa que cruza el mar hasta Europa para hacerse un lifting y cambiar de vida. Deportada, debió volverse nadando, con lo que se arrugó de nuevo; pero por suerte su tortugo todavía la esperaba en Pehuajó.
Pude rellenar aquel oscuro hueco de cuentos infantiles tontos y morbosos, con historias del Tutú Marambá y lo que vino detrás, con música de chacarera, baguala y ragtime.
Creí en el mundo del revés, donde un perro pequinés se cae para arriba y una vez, no pudo bajar después; un lugar donde un ladrón era vigilante y otro juez.

Como dije al principio, siempre relaciono la obra de un artista con el mundo que lo rodea en su momento creativo, y con mi propia historia.
Con María Elena Walsh y sus canciones, tomabas el té o el café con leche. Algunas veces todo podía volverse amargo, porque los coroneles eran malos y pinchaban la mermelada, y nadie sabía porqué.
Una vez el ladrón que era vigilante y el otro que era juez, se escaparon del mundo del revés y se instalaron en el mundo del derecho.
Los coroneles empezaron a pinchar y matar a gente que escribía o escuchaba canciones así, o que no querían ser farolera o mambrúes por la fuerza.
Lo amargo se convirtió para muchos en un horror del que se fue saliendo gracias a unas mujeres, que un día fueron a una plaza con la misma convicción con que la vaca de Humahuaca, toda vestida de blanco, se sentó en el primer banco.
A estas mujeres, menos tiza, les tiraron de todo; también les gritaron de todo, pero siguieron allí. Un día, todos los que se reían de ellas se convirtieron en borricos, los coroneles y generales que pincharon a la gente se convirtieron en delincuentes, les salieron rayas negras en la piel y todos supimos porque.

No eran solo canciones de niños. Son canciones para quererlas desde niño, entenderlas en las dimensiones infinitas de un niño; y de grande, seguir encontrándoles facetas nuevas.
Son como una casa de mil habitaciones llenas de sol, o un jersey muy suave y querido que nos sigue entrando aunque hoy estemos más gorditos, y que algún día agujereará una polilla.
Y hasta en ese momento, podremos reírnos un poco, si imaginamos que fue la polilla del cuento de María Elena Walsh.
Fue la primera que me aprendí y la usé mucho para ligar, a las chicas les enternecía, le debo mucho a esta canción. A mi mujer le encantó que se la cante cuando empezamos a salir, una de las razones por las que la quiero desde entonces. ¿Me entienden ahora eso de encontrarles siempre facetas nuevas?


LA FAMILIA POLILLAL
María Elena Walsh

La polilla come lana
de la noche a la mañana.
Muerde, come, come, muerde
lana roja, lana verde.

Sentadita en el ropero
con su plato y su babero,
come lana de color
con cuchillo y tenedor.

Sus hijitos comilones
tienen cuna de botones.
Su marido don Polillo
balconea en un bolsillo.

De repente se avecina
la señora Naftalina.
Muy oronda la verán,
toda envuelta en celofán.

La familia polillal
la espía por un ojal,
y le apunta con la aguja
a la Naftalina bruja.

Pero don Polillo ordena:
--No la maten, me da pena;
vámonos a otros roperos
a llenarlos de agujeros.

Y se van todos de viaje
con muchísimo equipaje:
las hilachas de una blusa
y un paquete de pelusa. 

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